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Volver a Turón

El pueblo, tal un ente vivo, feliz y resignado a la vez, ha sido testigo de las idas y venidas de sus moradores. Los que llegaron de lejos y asentaron sus vidas como vetas de carbón para (con)fundirse con el propio valle y los que se fueron empujados por mil razones en busca de su deseada parcela de felicidad… Pero también los hay que vuelven porque su pacto genético les exige recuperar parte de lo que no pudieron disfrutar. Regresa Evelia y con ella…muchos más.
 
Todo principio
no es más que una continuación
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad
.

 

Wislawa Szymborska

 

 

 

En verdad, creo que no somos dueños de nuestro destino. Alguna fuerza extraña o misteriosa parece dirigir nuestra vida en muchas ocasiones.

Así yo nunca hubiese llegado a aquel lugar siguiendo mi propia iniciativa. Fue un día aRegreso - padrún.jpg mediados de otoño. Uno de esos días en que el calor y el color todavía parecen prolongar el verano. A primera hora de la tarde, mi hijo Carlos, aficionado al mundo del automóvil, quiso probar su deportivo. Me pidió que ocupara el lugar del copiloto para acompañarle. Sólo se trataba de conducir unos kilómetros sin otro propósito. Tomamos la salida Sur de la capital por la A-66. Igualmente podíamos habernos dirigido hacia el Norte o seguir cualquier otro rumbo. Nada había predeterminado. El automóvil, cual moderno Rocinante sobre ruedas por encrucijadas de caminos, decidió nuestra aventura. Iniciamos la marcha a una velocidad regular en el sentido obligatorio sin posibilidad de dar la vuelta hasta no encontrar una salida que permitiese el cambio de dirección.

La encontramos a unos veinte kilómetros. Varios indicadores señalaban los pueblos a donde conducían las carreteras comarcales. De entre todos ellos uno captó de inmediato nuestra atención. Los dos fijamos a la vez nuestros ojos en un nombre: Turón.
Regreso - iglesia Figaredo.jpg
Con un movimiento automático el volante giró tomando esa dirección. No dijimos nada. Rodamos en silencio dejándonos llevar por una fuerza extraña que nos empujaba hacia ese destino.

No es que desconociese la existencia de ese lugar. Claro que sí sabía de él. Allí había nacido y en él pasé los cinco primeros años de mi vida, pero desde entonces –y de esto ya hace bastantes años- no había vuelto. Por lo menos no recordaba más que ese tiempo tan corto de mis primeros años en Turón. Es posible que alguna vez pasase por el pueblo, pero mis recuerdos no se centran más que en ese tiempo en que viví en La Veguina, donde nací. Marchar de Turón y no dejar lazos familiares por el Valle - las raíces de mis padres estaban por tierras castellanas- explican el que no volviese por estos lugares. Aquel breve capítulo de mi vida a edad tan temprana parecía cerrado o más bien aletargado, perdido entre las brumas del tiempo.

Seguimos por la carretera sin cruzar entre nosotros una palabra y, moderada la velocidad, nos fuimos adentrando por el enigmático Valle de Turón. Al comienzo y a la izquierda, como saliendo al encuentro, reconocí la Iglesia de Figaredo. Ella fue la encargada de poner en marcha mi reloj biológico. Echaba a andar este reloj hacia atrás marcando un tiempo que yo creía olvidado, pero no, permanecía intacto y ahora lo retomaba en este regreso a los escenarios de mi infancia y también presentía que retomar ese tiempo sería también emprender un viaje interior al centro de mí misma.
Regreso - pozu Figaredo.jpg
Ahora, activado el reloj, liberados los recuerdos, emprenden su libre ascensión por el Valle. Brotan espontáneamente ante la sola contemplación de aquel paisaje que discurre a uno y otro lado de la carretera. No necesitaba ningún esfuerzo para traer a mi mente o a mi imaginación una parte de la vida transcurrida por aquellos escenarios. La memoria se llenaba de imágenes y el alma de sentimientos. Era como la vuelta a una casa familiar que pacientemente esperaba con las puestas abiertas.

A la derecha, un castillete se alza mudo y orgulloso. Perdura como monumento a la memoria de tantos mineros que fueron dejando su salud y su vida por los pozos del Valle. Un olvidado olor a carbón avivó mis sentidos: el sonido de una máquina humeante arrastrando unos vagones de madera ( los coches) llenos de hombres y mujeres en una frenética actividad de trabajo y supervivencia. Este tren iba hasta La Cuadriella. Entraba en un escenario muy conocido. Como una película en blanco y negro aparecieron los humos, los silbidos de las Regreso - charcos.jpgmáquinas, las sirenas marcando horarios, el tráfago de vagones cargados de carbón por vías trazadas entre montones de escombros, hierros y maderas. Y en un primer plano, una niña muy pequeña con una cesta de comida. Una Caperucita Negra, ajena a los peligros, camina feliz y confiada hacia los Lavaderos. Aún asoman entre las hierbas unos peldaños de hierro que guardan entre la suciedad y el polvo, el recuerdo de las huellas de unas leves pisadas mezcladas con las de tantos trabajadores que diariamente subían y bajaban por ellas cargados de carbón y de sueños. Unos charcos de agua negra brotan todavía de la tierra entre el barro y las piedras, restos de escombreras, nunca enterradas del todo,, como si tampoco quisieran pasar al olvido.

Ascendemos por La Cuesta Aniana. Su pendiente con el tiempo se ha suavizado. Antes parecía mayor su desnivel ¿O es que éramos nosotros más pequeños? Bajar corriendo por la cuesta era uno de los juegos favoritos. Volábamos calle abajo apenas sin esfuerzo, dejándonos llevar por la velocidad, esquivando a las mujeres que subían del Economato con cestas en la cabeza y a los mineros que salían del trabajo en La Cuadriella.

Llegamos al comienzo de La Veguina. Final de esta primera etapa por Turón. Una carreteraRegreso - La Veguina2.jpg estrecha y larga, fiel a la forma del valle. Hileras de casas a uno y otro de la calle conservan la estructura fundamental en sus edificaciones. Fue el centro urbano en otro tiempo y ese título todavía lo conserva. Reconocí de inmediato la casa donde nací, aunque con otra fachada. La imaginación puso ante mis ojos la ventana de un primer piso muy bajo, casi al ras de la calle Desde aquella humilde atalaya la mirada infantil contemplaría lo que para ella era todo el universo. Dentro de la casa el recuerdo se aviva con la llama del carbón que arde en la cocina mientras unas naranjas brotan del agua de la caldera.

Y llegado este punto, comprendí que ya no estaba recordando aquel tiempo de mi vida en Turón. No. Estaba viviendo ese tiempo de mi niñez turonesa. No sentía nostalgia. Ni pena. Simplemente me dejaba llevar. Vivía lo que la contemplación de aquellos escenarios me brindaba. Y como si de una máquina del tiempo se tratase, el pasado se hacía presente y parecía flotar en una vaga sensación de eternidad.

Allí estaba en medio del pueblo minero: una niña de carbón. De la misma manera que hay niños de campo o niños de ciudad. Yo era del núcleo duro de la minería. No recuerdo ni jardines, ni prados, ni arboledas en donde jugar. Si los había estaban valle arriba, lejos de mi alcance.

Sin duda habrán quedado huellas imborrables de este primer contacto con el entorno de mi Regreso - niña minera.jpglugar de nacimiento. Podría ir buscando, a manera de psicoanálisis, las respuestas a tantas preguntas que me fui formulando a lo largo de los años. Puede que aquí encontrara las respuestas acertadas.

Este primer viaje por el Valle fue sólo el comienzo de otros muchos que realizaría buscando con devoción las raíces que sostienen mi vida.

Olvidada ya de la primera intención de rodar sin más unos kilómetros en el deportivo de mi hijo, continué con mis reflexiones y las nuevas emociones, mientras volvíamos a la capital por la A-66.

Comprendí que estamos ligados, mucho más de lo que creemos, al lugar donde empezó nuestra vida y que más pronto o más tarde acabaremos regresando. Sin ese regreso a los primeros años es posible que nuestra existencia pierda un referente importante y la circunferencia de nuestra vida no quedará perfecta, porque como dice Henry Roth : “La infancia no es parte de la vida, sino toda la vida”
 

 

 

© Evelia Gómez, octubre de 2012