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Caminando por el valle

Curva tras curva. El ascenso a la ladera izquierda del valle de Turón parece interminable. Como si se tratase de un nuevo descubrimiento, el vuelo de un pájaro contemplando el valle. Porque son otros lugares y otras sensaciones aunque una vegetación familiar y los tímidos restos mineros nos recuerden dónde estamos. Por esa carretera poco transitada que comunica la Villa con Carcarosa, donde muere y renace, cobran vida los pueblos y Evelia supera con maestría el difícil ejercicio, ante tanta belleza, de poner palabras a los sentimientos.
A Turón se llega por muchos caminos, como a Roma.

El más transitado es el que marca la propia orografía, la que le da nombre: Valle de Turón. Un trayecto grabado desde siempre en la memoria. Remontando su cauce, el río nos va mostrando por aldeas, prados y caserías su clara genealogía hasta llegar a suCaminando montaje.jpg nacimiento en la fuente de La Rigá.

Pero hoy, sin embargo, me adentro en el valle de una forma más abrupta, con una subida en rápido ascenso por la empinada ladera. Curva y contracurva, de bruces contra la montaña. Olvido en un momento la ruta aprendida por la que discurría un tren con vagones de madera repletos de mineros, mujeres con la compra del economato y niños alegres disfrutando de un carrusel con silbido y humo de una máquina real.

De Turón a Figaredo… en ese tren del recuerdo.

Y emprendo, como el poeta, caminos de la tarde: Vegalafonte, La Ceposa, El Riquixu, Carcarosa y tanto lugares, tantos nombres que son un recital de toponimia con el que nos deleita Xulio Concepción. Saber qué significan y de dónde proceden los nombres de los pueblos es tanto como conocer su historia. En un abrir y cerrar de ojos saltamos de lo urbano a lo rural, del asfalto al bosque y la pradería. El olor a hierba recién cortada despierta al ser darwiniano que llevamos dentro. Un paraíso natural es el valle turonés. Nada que ver con la opinión simple de los que se han parado en el tiempo, los que desconocen y todavía creen que éste es un lugar angosto y oscuro, negro. Que no, que ya no hay carbón, que ya hace años que florecen las escombreras. Que El Valle de Turón es otra cosa.

Porque la historia minera es verdad que pesa, pero no aplasta. El pasado tiene el lugar privilegiado que le corresponde y convive en armonía con un presente de paisaje excepcional. Por montes, laderas, bosques, caminos, asoman bocaminas, castilletes o verdes escombreras. Vestigios formando un rico patrimonio que enriquece la historia del pueblo. La fábula del tiempo dirá cuánta fue su grandeza.

Este tiempo que siempre apremia y deja su rastro inexorable en el deterioro de las cosas. Atiza por igual al castillete de hierro y a la casa que el padre levantó piedra a piedra. Su implacable ley destruye sin piedad. Resquebraja muros, hunde tejados, rompe puertas y desgarra ventanas dejando jirones de cortinas con los secretos al viento. Sin embargo, habrá palacios, habrá otros jardines, habrá bellas fachadas, pero tal vez, no signifiquen tanto como ese vestigio arruinado. ¿Quién podrá decir que emociones son más bellas o más profundas?
“Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos…”

Una brizna de polvo, la tierra que pisamos, el banco entre las zarzas, el musgo en las paredes, el pequeño sendero que va de la puerta de la casa hasta el camino, la teja desprendida, el solar que sostuvo la vida, todavía son materia de sueños y en su pertinaz existencia esconden historias que avivan los recuerdos. Un perro solitario ladra triste atado a la cadena. En el huerto, un cerezo, ajeno a tanto olvido, ilumina con puntitos rojos la nostalgia.

Lavadero C arcarosa.jpgMe animan los versos de Machado y sigo…

 soñando caminos de la tarde… ¿A dónde el camino irá?

Y voy por un laberinto de sendas que discurren entre un bosque de hayas, castaños o abedules; entre avellanos, matas de helechos y flores silvestres blancas y amarillas que florecen en cualquier rincón. Y siempre cerca, el caserío, la huerta, la aldea y gentes que habitan estos parajes. En otro tiempo eran mineros. Otro tiempo cuando por el Valhundido literario, bajaban en amigable conversación, Landa y Felisandro contándose las ilusiones, los temores y las injusticias de la mina. Pero aquel valle de estridentes sirenas, de ruidos de vagonetas cargadas de carbón y el diario trajín de la vida de entonces ha desaparecido. Hoy por este valle se recupera el pulso de La Arcadia. Muchos que marcharon cuando se acabó el trabajo, cansados de tediosos paseos por la ciudad de asfalto y luminarias, vuelven al pueblo. El pueblo que atrae como un amor de juventud nunca olvidado. El sonido del viento entre las hojas del castaño frente a la casa, el familiar ladrido del perro que vigila, las manos fortalecidas por el trabajo del huerto. José, un prejubilado, las mira orgulloso, es de los que han regresado y ya sabe bien lo que quiere, lo que espera, adónde va. Se ha enriquecido con el viaje, vuelve rico en experiencia, como el héroe griego. En la paz de la tarde aspira con deleite el aire limpio, se siente satisfecho, extiende la mirada por el perfil de los montes a lo lejos y exclama: Aquí ya, hasta el final.

Un sonido de agua, como la flauta de Hamelín, me lleva con su música hasta una fuente que cae sobre un pilón alargado, el lavadero. Los vibrantes reflejos del agua proyectan sobre mi imaginación y sobre las paredes de piedra unas imágenes como de ilusionista, como de linterna mágica. Parecen mujeres que lavan ropa. Y hablan. La conversación se oye entrecortada, con interferencias…

-No hay manera de sacar la carbonilla de las costuras, de los bolsos, del cuello…¡Qué negra es la mina! …Hay que dejarlo todo limpio y recogido para la fiesta…-Estreno zapatos… me los compró mi madre en la villa…-A ver si veo a Mario en el baile. Ya está de picador. ..-A Josefa, la viuda del Rubiu, dicen que el posadero le compró un vestido.
-Y Marina, la del comercio, va a casase con el ingeniero vasco. La madre consiguiólo, traíala siempre como una princesa, con esos aires que se daba, ya ves…-

Ahora unas gotas de agua salpican los rostros, huele a limpio y a jabón casero. Reverberan las voces por techos y paredes y el agua que discurre ya fuera del lavadero arrastra confidencias, penas y alegrías, historias encerradas en pompas de jabón que explotan en el aire.

Desde la altura del Collau la mirada se pierde por el inmenso espacio en el que parece reposar un mítico dragón de cuatrocientas bocas. Esquivo esta soledad vegetal y busco el diálogo con filósofos de los caminos: quijotes y escuderos, arrieros y pastores,Desde el Collau.jpg venteros y gigantes. Caminantes dispuestos a renovar la ilusión en cada recodo de un sendero.

Una nube blanca, como elegante sombrero, se cala en la cima del Picu Polio. Luego, se va desvaneciendo mientras baja por la ladera rodeando al monte en un abrazo imposible. En la hondonada, sobre la blanda niebla, con el cansancio, dejamos sosegar los sueños.

Al atardecer llego a la explanada, al templo del sacrificio. Hay algo sobrecogedor en este lugar. Un obelisco se eleva sobre el pozo en clamor de oración. Juan Luis Varela, artista turonés, plasma en esta escultura toda le expresividad de un desgarro, de un silencio que grita desde las profundidades de la tierra y encuentra refugio entre los árboles del bosque cercano. Allí, entre el follaje, todavía adivinamos unos ojos de niño escondidos que dan testimonio de aquel horror.
Nunca debió ser tu nombre Fortuna.






El monte proyecta sombras alargadas. Se presiente la noche. Y ya sobran las palabras. Es hora de volver.

 

 

© E. Gómez, julio 2014