Los niños van a París.
Lo extraordinario de esta vida son los encuentros, esos momentos insospechados y mágicos en los que descubrimos a seres entrañables, hasta entonces casi desconocidos para nosotros, y que entran en nuestra vida para ayudarnos a ser mejores. La historia de Manuel José Vega Cadenas es argumento de novela pero sobre todo lección de vida con una carga de emoción indescriptible. Hoy le contaba la historia a mi esposa y no pudimos contener un pequeño sollozo de admiración.
Todo empezó en septiembre de 2010 cuando por las fiestas del Cristo subía con Cadenas hacia La Felguera. Así de repente, sin más explicaciones, a sus 86 años empezó a hablar un francés impecable y me quedé estupefacto… Parecía hasta irreal. La realidad sin embargo, la dura realidad, es la historia que sigue en esta conversación, más que entrevista, a la que me hubiera gustado invitar a todos los turoneses. Hoy el texto son meras palabras después de haber sido emociones palabradas, lo que yo viví, por eso apelo a vuestra imaginación para adentraros en la vida de un niño de 87 años, un niño que, quizás, nunca lo fue.
Así fue como descubrí la riqueza interior de un hombre que decidió de su vida siendo adulto muy pequeño. Es de agradecer que esta existencia no nos haya hecho a todos iguales.
Empieza la vida…
Nací en la Caba un pueblín por encima de Villabazal. Mi abuelo tenía cuatro viviendas y en una de ellas vine al mundo el 8 de octubre de 1923. Allí me crié y allí estuve hasta que me casé. Mi ascendencia, como la de muchos turoneses, viene de fuera del valle. Mi madre y mis abuelos maternos eran de San Antolín de Ibias, donde vivían de la agricultura antes de decidir venir a “buscarse” la vida en la minería turonesa. Mi padre abandonó de chiquillo su pueblo de Villares de Órbigo en León para, como muchos, trabajar en la mina. Así son las genealogías de muchos turoneses, raíces forasteras y hoy del valle hasta la médula.
Aunque mi madre murió cuando yo tenía un año, mi infancia fue buena y feliz dentro de una familia modesta. Quedamos mis tres hermanos mayores y yo solos en casa con mi padre y así, con el paréntesis de Francia, hasta que me casé.
Aunque mi madre murió cuando yo tenía un año, mi infancia fue buena y feliz dentro de una familia modesta. Quedamos mis tres hermanos mayores y yo solos en casa con mi padre y así, con el paréntesis de Francia, hasta que me casé.
Una escuela y cuatro reglas…
Lo de las escuelas era una situación curiosa. Cuando llovía mucho o nevaba a veces ni subía el maestro. Se aprendía básicamente a leer, a escribir y las cuatro reglas… Me quedan recuerdos claros de mi primera escuela en Los valles en 1933. Éramos muchos críos, casi treinta, chicos y chicas. Aunque olvidé el nombre del maestro, me acuerdo que era manco. Esos primeros momentos escolares suelen quedarse bien grabados…el ambiente, el aprendizaje… La llamaban la escuela del salón porque en ella hacían baile los domingos. Allí tocaría más tarde Manolete con el que trabajé.
Fue donde conocí a Maruja, mi mujer, que era una de las pequeñinas y que venía con su hermana a la escuela. Son recuerdos, gratos recuerdos. Ella tenía cuatro años menos que yo. La vida dio vueltas y al final volvimos a encontrarnos para llevar una existencia juntos…sesenta y un años de matrimonio y dos hijos muy buenos, Juan Carlos y Alberto.
En el 34 ya estaba en el grupo escolar de Villapendi con Don Casimiro. Dos cursos, uno en lo que se llamaba la casa de Ulpiano, arriba las chicas y abajo los chavales y luego en el grupo escolar como lo llamaban.
Fue donde conocí a Maruja, mi mujer, que era una de las pequeñinas y que venía con su hermana a la escuela. Son recuerdos, gratos recuerdos. Ella tenía cuatro años menos que yo. La vida dio vueltas y al final volvimos a encontrarnos para llevar una existencia juntos…sesenta y un años de matrimonio y dos hijos muy buenos, Juan Carlos y Alberto.
En el 34 ya estaba en el grupo escolar de Villapendi con Don Casimiro. Dos cursos, uno en lo que se llamaba la casa de Ulpiano, arriba las chicas y abajo los chavales y luego en el grupo escolar como lo llamaban.
Un niño en el frente…
En realidad fui poco a la escuela. Nos sorprendió la revolución del 34, estuvimos un mes y pico sin clase. Aunque era un niño, yo me daba cuenta de lo que pasaba sobre todo porque cuando había huelga se oían disparos por San José y había mucho tumulto. En casa no se hablaba de política, mi padre era muy prudente pero odiaba la injusticia. Yo veía que todo lo que estaba pasando era por la lucha de clases. La diferencia entre unos y otros era abismal y muy visible. Había prácticamente odio entre patrono y trabajador.
Después vino la guerra, la terrible. En el 36 llevaron a mi padre a fortificar allá por Bayo. La situación era confusa y peligrosa. Un día tuve que llevarle ropa y con doce años me encontré metido en medio del conflicto. Fui en tren hasta Trubia, luego andando por caminos largos y arriesgados. Había un tiroteo del demonio y mucho desorden. Me quedé a dormir hasta el día siguiente en una situación complicadísima y ya estando desayunando debajo de un corredor con mi padre nos rozó una bala perdida. Así fue mi corta “estancia” en el frente.
Después vino la guerra, la terrible. En el 36 llevaron a mi padre a fortificar allá por Bayo. La situación era confusa y peligrosa. Un día tuve que llevarle ropa y con doce años me encontré metido en medio del conflicto. Fui en tren hasta Trubia, luego andando por caminos largos y arriesgados. Había un tiroteo del demonio y mucho desorden. Me quedé a dormir hasta el día siguiente en una situación complicadísima y ya estando desayunando debajo de un corredor con mi padre nos rozó una bala perdida. Así fue mi corta “estancia” en el frente.
Pedir para comer…
Para comer había que arreglárselas, Con otro chaval fuimos hasta Pinzales cerca de Gijón. No conocíamos a nadie. Llamábamos a las puertas, decíamos que veníamos de la cuenca minera, de Turón y que queríamos comer. Nos proponíamos para ayudar con la casa, la labranza , el ganado… y así fue como yo me quedé en casa de un matrimonio joven con varios hijos pequeños. Estando allí llevaron al marido para el frente y al poco tiempo cayó herido. Lo metieron en la escuela de capataces de minas de Mieres convertida en ese momento en un hospital de sangre. Como la familia no sabía dónde estaba, me propuse llevarlos hasta allí.
Con la sarna a Covadonga…
En Pinzales comí bien pero cogí la sarna. Es una enfermedad de la piel fácil de curar pero cuando me vio el médico en Mieres, al llegar con esa familia, quiso ingresarme para sanarme y no infectar a los demás. Me llevaron a Fuensanta, por Nava, donde el balneario, sus aguas eran buenas para eso. Me lavaron, me embadurnaron y me envolvieron en una sábana pero al final me mandaron para el hospital de Covadonga porque en Fuensanta había gente con enfermedades venéreas. En Covadonga había dos hospitales republicanos, el hotel Favila abajo y el Don Pelayo arriba. Éste era más grande, allí estaban los contagiosos. Poco a poco fui curando pero iba alargando las cosas porque se comía muy bien. Mi familia no sabía nada de mí. Cuando te paras a pensar, es una situación increíble, casi irreal. Pero comer era lo más importante y no pensabas en el resto, sobre todo siendo tan joven. Me escabullía literalmente para seguir allí.
Yo, bajaba de Covadonga a Cangas de Onís en una camioneta, que se paraba cada poco, a buscar el correo para los hospitalizados y una vez por semana subíamos, con un grupo de mujeres, a los lagos donde había un retén. Íbamos en aquel autocar a llevar las mudas a los soldados que estaban arriba. Cuando el joven cartero al que ayudaba murió de un infarto me propuse para hacer su trabajo. Lo que quería era seguir allí comiendo bien y con cierta seguridad. Aproveché la oportunidad, aceptaron y seguí bajando en la camioneta. Tenía doce años y así estuve de cartero por el hospital como tres meses. En mi casa, seguían sin saber nada de mí…hasta que un día quise volver a Turón. En un camión de carga, con asientos detrás, llegué hasta Mieres y luego andando hasta el pueblín.
Yo, bajaba de Covadonga a Cangas de Onís en una camioneta, que se paraba cada poco, a buscar el correo para los hospitalizados y una vez por semana subíamos, con un grupo de mujeres, a los lagos donde había un retén. Íbamos en aquel autocar a llevar las mudas a los soldados que estaban arriba. Cuando el joven cartero al que ayudaba murió de un infarto me propuse para hacer su trabajo. Lo que quería era seguir allí comiendo bien y con cierta seguridad. Aproveché la oportunidad, aceptaron y seguí bajando en la camioneta. Tenía doce años y así estuve de cartero por el hospital como tres meses. En mi casa, seguían sin saber nada de mí…hasta que un día quise volver a Turón. En un camión de carga, con asientos detrás, llegué hasta Mieres y luego andando hasta el pueblín.
Listos para París...
En la casa de Rafael del Riego estaban “apuntando” para mandar a los niños a Rusia o a Francia, así que antes de llegar a casa me apunté. Hoy sigo sin comprender cómo tomaba esas decisiones tan importantes, tan joven y de manera tan rápida. No sabías adonde ibas. Hubo una espera de tres o cuatro días. Un día decían que no había barco, otro que no había autocar para llevarnos. Después de unos días en casa llegó el momento, teníamos barco. Llevé a una sobrina, conmigo. Yo tenía doce y ella cuatro o cinco. Aún me es difícil imaginar esa situación, esa “aventura” arriesgada, precaria… Creo que no se pensaba, se actuaba, se decidía. A posteriori esta fue una de mis grandes decisiones. Fueron con nosotros Víctor el de la Cabritera que murió hace poco y su hermano Poldo, los de Rubiera de los Cuarteles,…
Solidaridad y ruidos de guerra…
Estuvimos dos años y medio en París. Llegamos todos a una fábrica que habían transformado en colonia, un barracón con camas, enfermería… Andábamos corriendo por allí, subidos por alto, descubriendo un mundo nuevo, aquella cantidad de coches. Todo nos extrañaba porque no estábamos acostumbrados. Era un mundo de sorpresas para nosotros. Así fue como un día un señor, por mediación del director que era italiano y que servía de traductor, me propuso ir a vivir con su familia. Le dije que sí pero que no podía abandonar a mi sobrina. A los dos días vino con otro señor que la llevó y yo me fui con él.
Estuve dos años y me escolarizaron en Les Coteaux de Saint Cloud. Había cantina escolar. ¡Vaya cambio! Me acuerdo del matrimonio de maestros y de Monsieur Gérard. Fueron tiempos muy felices en la escuela aprendiendo una lengua nueva, viviendo con gente nueva. En la familia era uno más junto a los otros hijos Julien, Marcel, Raymond Jeanine y Charles. Tuve mucha suerte porque mi familia francesa era bondadosa, con ideas de izquierdas y solidaria con el pueblo español. Les estoy eternamente agradecido. En casa, como fuera, se oían los rumores de lo que estaba pasando en Alemania, en Japón… me acuerdo del boicot, a los productos alemanes y japoneses. Aún está en mis oídos aquello de “ Boycottez les produits japonais”. Había manifestaciones, ruidos de guerra mundial. De vacaciones íbamos a Dieppe, cerca del canal de la Mancha, a una colonia escolar. Allí fui dos años, después se empezó a hablar de lo mal que se ponía la situación y cogí mucho miedo.
Estuve dos años y me escolarizaron en Les Coteaux de Saint Cloud. Había cantina escolar. ¡Vaya cambio! Me acuerdo del matrimonio de maestros y de Monsieur Gérard. Fueron tiempos muy felices en la escuela aprendiendo una lengua nueva, viviendo con gente nueva. En la familia era uno más junto a los otros hijos Julien, Marcel, Raymond Jeanine y Charles. Tuve mucha suerte porque mi familia francesa era bondadosa, con ideas de izquierdas y solidaria con el pueblo español. Les estoy eternamente agradecido. En casa, como fuera, se oían los rumores de lo que estaba pasando en Alemania, en Japón… me acuerdo del boicot, a los productos alemanes y japoneses. Aún está en mis oídos aquello de “ Boycottez les produits japonais”. Había manifestaciones, ruidos de guerra mundial. De vacaciones íbamos a Dieppe, cerca del canal de la Mancha, a una colonia escolar. Allí fui dos años, después se empezó a hablar de lo mal que se ponía la situación y cogí mucho miedo.
Volver a España…
Me dijeron que había un comité de refugiados que ayudaba o canalizaba el regreso a España, pero que sin la autorización de la familia no te dejaban volver. Como me carteaba con la familia, le pedí a mi padre que me reclamara. La respuesta tardó bastante pero llegó. Censuraban carta por carta. Controlaban todo lo que se escribía y yo era de los que contaba muchas cosas en mis cartas, relataba lo que veía, la vida que teníamos.
A la vuelta nos metieron en el hospicio en Oviedo adonde venían las familias de los pueblos a recoger a los niños. Un día caminando por el paseo de los Álamos vi a la mayor de mis hermanas que venía a buscarnos. Llegamos en agosto y en octubre del 39 cuando cumplí dieciséis años entré en la mina. Era lo que había y tenías que estar contento.
A la vuelta nos metieron en el hospicio en Oviedo adonde venían las familias de los pueblos a recoger a los niños. Un día caminando por el paseo de los Álamos vi a la mayor de mis hermanas que venía a buscarnos. Llegamos en agosto y en octubre del 39 cuando cumplí dieciséis años entré en la mina. Era lo que había y tenías que estar contento.
Minero por obligación…
La Empresa que nos había cogido algunas fincas a la familia para las instalaciones mineras, entre ellas una en los Cuarteles, prometió que lo tendrían en cuenta a la hora de “colocar” a los familiares. Yo no quería trabajar en la mina, lo que me gustaba era la carpintería. Mi padre tampoco deseaba que me metiese “dentro”. Él estaba “fuera” porque la oscuridad le afectaba mucho a la vista. Así estuve esperando el puesto de la carpintería pero al final, viendo a los otros que trabajaban, que ganaban siete pesetas por una jornada de ocho horas, que tenían un poco de dinero, me metí dentro como los demás.
Entré en San Víctor de ramplero cuatro años, luego seis de picador que se ganaba mucho más. Trabajabas incluso los domingos hasta que la Iglesia se metió en ello para que dejaran libres los domingos para asistir a los oficios. Te pagaban por mes y tenías una libretina por si querías sacar anticipos. Picando el carbón me di cuenta de la dureza de este trabajo y yo que había estado en Francia en una situación diferente, privilegiada, me di cuenta de que lo de la mina no era para mí, era una labor muy dura… y como no llegó la carpintería empecé a pensar en otros proyectos.
Entré en San Víctor de ramplero cuatro años, luego seis de picador que se ganaba mucho más. Trabajabas incluso los domingos hasta que la Iglesia se metió en ello para que dejaran libres los domingos para asistir a los oficios. Te pagaban por mes y tenías una libretina por si querías sacar anticipos. Picando el carbón me di cuenta de la dureza de este trabajo y yo que había estado en Francia en una situación diferente, privilegiada, me di cuenta de que lo de la mina no era para mí, era una labor muy dura… y como no llegó la carpintería empecé a pensar en otros proyectos.
Practicante por elección...
Decidí ir a una escuela en Lago. Era una especie de academia, unas clases que daba una chica licenciada en filosofía y letras. Al mes de estar con ella se dio cuenta de mi motivación y me animó a hacer algunos estudios. Con un amigo que también asistía a las clases decidimos prepararnos para factores de la Renfe porque habían eliminado a muchos y había puestos de jefes de estación. Pero él recibía una pequeña pensión de un accidente que había tenido en un dedo y no quiso renunciar a ella. Al final no lo hicimos.
Así fue como me vino la idea de ser “practicante”, como se llamaba. Una idea que había tenido ya en Covadonga. Hubo que hacer el bachiller y luego la carrera que eran tres años. Yo ya estaba casado. Pasabas por una escuela en Oviedo para los cursos y los exámenes eran en la facultad de medicina en Valladolid. Eso cambió mi vida. Terminé a últimos de mayo del 51 y en junio ya empecé a dar vacaciones en el hospital, luego a Aurora y a Conchita. Reemplazaba durante las vacaciones y poco a poco fui entrando en ese mundo. En el hospitalillo había tres practicantes, uno para cada turno. Más tarde salió una disposición y se pusieron botiquines por los grupos. Se colocaron muchos, tres en Santa Bárbara, tres en La Güeria, dos en San Victor donde estuve una temporada, pero también pasé unos cuantos años en el grupo San José mientras hacía la casa de Vistalegre.
El hospitalillo y el igualatorio, un trabajo que no cesa…
A partir de ahí ya quedé fijo en el hospitalillo. Después, paralelamente, hice lo del igualatorio con el que ganaba más que en la Empresa. Me acuerdo de una plaza que me salió, ganaba 72 céntimos por cartilla. Había que tener más de mil cartillas para sacar un sueldo de mil pesetas. Eso era lo que ganaba un picador.
Con el igualatorio, yo tenía tenía parte en Los Cuarteles , en Rozadiella, en Vistalegre, en la Crucina y en la Veguina. Casi todo, el noventa por ciento eran visitas a domicilio. La gente se apuntaba y pagaba cinco pesetas. Esto de los igualatorios surgió porque la seguridad social no cumplía. Cuando había que poner inyecciones de penicilina cada tres horas te las ponían una por la mañana y otra por la tarde, etc… Y era una época en que se ponían muchas para combatir la tuberculosis. Me acuerdo de haber salido con listas de veinticinco inyecciones. Cada responsable de igualatorio atendía a sus socios, su zona. Después, cuando terminé la casa puse un botiquín en el bajo. Venía mucha gente. Hacía de todo, retiraba uñas encarnadas, tomaba la tensión, limpiaba oídos, curaba, quitaba callos… El boom nuestro fueron los igualatorios que combinabas con el hospitalillo, como hacían los demás. Ahora sí, trabajabas mucho. Abría a las cinco de la tarde y a veces seguía allí hacia las nueve porque todavía pasaba alguno después de salir del trabajo.
Con el igualatorio, yo tenía tenía parte en Los Cuarteles , en Rozadiella, en Vistalegre, en la Crucina y en la Veguina. Casi todo, el noventa por ciento eran visitas a domicilio. La gente se apuntaba y pagaba cinco pesetas. Esto de los igualatorios surgió porque la seguridad social no cumplía. Cuando había que poner inyecciones de penicilina cada tres horas te las ponían una por la mañana y otra por la tarde, etc… Y era una época en que se ponían muchas para combatir la tuberculosis. Me acuerdo de haber salido con listas de veinticinco inyecciones. Cada responsable de igualatorio atendía a sus socios, su zona. Después, cuando terminé la casa puse un botiquín en el bajo. Venía mucha gente. Hacía de todo, retiraba uñas encarnadas, tomaba la tensión, limpiaba oídos, curaba, quitaba callos… El boom nuestro fueron los igualatorios que combinabas con el hospitalillo, como hacían los demás. Ahora sí, trabajabas mucho. Abría a las cinco de la tarde y a veces seguía allí hacia las nueve porque todavía pasaba alguno después de salir del trabajo.
Un hospitalillo para todo...
El hospitalillo era bastante completo con médicos, practicantes, enfermeros y monjas ayudando. También se hacía alguna operación. No eran intervenciones importantes pero me acuerdo de haber asistido dos o tres veces a la amputación de una pierna. Dos de ellas las tengo aún muy claras en la memoria. Uno era de Villapendi y había ido conmigo al colegio. Terminó de barrendero en Figaredo. Otro, creo que portugués, imploró que no se la cortaron pero no había otra solución. ¡Qué lamentos y qué drama al otro día cuando despertó!
Un mundo duro en crisis, un duro recuerdo…
Cuando me jubilé en 1982 ya era patente la crisis de la minería. Escaseaban los puestos y yo, como padre, era feliz sabiendo que mis hijos Juan Carlos y Alberto tenían trabajo. La actividad del carbón endurece a la gente. No me extraña la vida desordenada en la calle, el chigre, el vino… Entras en el pozo y no sabes si vas a salir o no. Los accidentes eran cosa corriente porque se trabajaba en condiciones de seguridad límite, situaciones hoy totalmente prohibidas en la minería. Pasabas fatigosas horas dentro, con vigilantes duros porque sabían que había gente deseosa de entrar en la Empresa y de ocupar nuestro puesto. A veces, nada más entrar, cogías una mojadura y te daban “una hora temprano”, como se decía, pero tenías que salir empapado. Felizmente, después se humanizó todo mucho. Cuando me fui, ya no era ni la sombra de lo que yo había conocido.
Los recuerdos no son nada nostálgicos, más bien penosos y dramáticos… la catástrofe de Santo Tomás …ocho muertos. Yo salí con los tres primeros que bajaron de la rampla. Estaba toda la gente fuera, con una tensión enorme. Pedí que arrimaran la ambulancia para que no pudieran ver el estado de los cuerpos quemados por el grisú. En Santa Bárbara hubo otro drama muy gordo y allí me tocó bajar al fondo. No puede haber nostalgia con tales acontecimientos. Sacrificio…sí…ejemplos de sacrificio y de familias rotas.
Los recuerdos no son nada nostálgicos, más bien penosos y dramáticos… la catástrofe de Santo Tomás …ocho muertos. Yo salí con los tres primeros que bajaron de la rampla. Estaba toda la gente fuera, con una tensión enorme. Pedí que arrimaran la ambulancia para que no pudieran ver el estado de los cuerpos quemados por el grisú. En Santa Bárbara hubo otro drama muy gordo y allí me tocó bajar al fondo. No puede haber nostalgia con tales acontecimientos. Sacrificio…sí…ejemplos de sacrificio y de familias rotas.
Las fiestas para olvidar...
Las fiestas eran el contrapeso a la dureza minera. Eran algo enorme, quizás para compensar. A la entrada del pueblo imponía el arco luminoso… “TURON SALUDA A LOS FORASTEROS”. Las instalaciones se montaban en la acera de “alante”. Estaba repleto de barracas. A mi mente vienen esos famosos caballitos que había que tirar por dentro, luego cuando cogían marcha montabas en ellos. Esos sí son recuerdos agradables, de críos.
De mayor, a veces trabajabas de las 12 a las 8 de la mañana y luego a la fiesta… el baile. Empezamos en Cabojal en la pista de Lalo, después había el Casino. También teníamos una asociación “Los 25” y organizábamos la cena de Nochevieja y hacíamos un baile. Me acuerdo que se tenía que presentar la relación de los asistentes a la guardia civil. Incluíamos al teniente para que no hubiera ningún impedimento pero se daba cuenta de lo “pelotillas” que éramos. Pero nuestra asociación fue desapareciendo , formaban parte de ella Luis Coti, Victor Lastra, del Banco Asturiano de Industria y Comercio, Juanín que tuvo una librería, Aquilino de San Pedro, y algunos más.
Sin nostalgia y sin futuro…
Turón está desconocido. No quiero hablar desde la nostalgia, del gentío, de las actividades, de los cines…lo que se viene diciendo cuando se evoca el pasado. Pero es que tampoco tengo otro punto de comparación. Eso es el pasado y de alguna manera, a mi edad, es lo que yo represento. Me preocupa el futuro… mi nieta que es maestra ha tenido que salir fuera de Asturias para poder ejercer.
Turón terminará siendo ciudad dormitorio. Pero no creo que eso sea una solución para hacer vivir el pueblo. Hacen falta empresas, pequeñas empresas que den trabajo y vida al valle. Se rumorea lo de volver a explotar las minas para compensar el cierre de las centrales nucleares. Se rumorea, como siempre … no me parece nada factible.
Pese a todo eso, y con casi 88 años, Turón sigue siendo algo importante para mí. Es precioso porque todo son recuerdos. Así es la vida. Si subo al pueblín donde nací disfruto pero, ley de vida, ya no conoces a casi nadie, los mayores desaparecen y los jóvenes se fueron.
Turón terminará siendo ciudad dormitorio. Pero no creo que eso sea una solución para hacer vivir el pueblo. Hacen falta empresas, pequeñas empresas que den trabajo y vida al valle. Se rumorea lo de volver a explotar las minas para compensar el cierre de las centrales nucleares. Se rumorea, como siempre … no me parece nada factible.
Pese a todo eso, y con casi 88 años, Turón sigue siendo algo importante para mí. Es precioso porque todo son recuerdos. Así es la vida. Si subo al pueblín donde nací disfruto pero, ley de vida, ya no conoces a casi nadie, los mayores desaparecen y los jóvenes se fueron.
Porque la conozco...
Hoy mi prioridad es preocuparme de Maruja, aquella niña de la escuela de Los Valles, esposa y madre, ir a verla todos los días. Tiene ochenta y tres años y lleva diecisiete padeciendo de Alzheimer.
Estuvo quince años en casa enferma. Salíamos a dar largos paseos de casi diez kilómetros para combatir la aceleración de la enfermedad y cuando ya no pudo estar conmigo la metí en la mejor residencia de Oviedo donde la atienden a la perfección. ¡Menos mal que no tenemos problemas económicos!
Sentí mucha emoción al verla salir por la puerta, sabiendo que ya no volvería. Yo que me crié sin madre…hoy soy el padre y la madre, pero no me quejo. A veces me preguntan: ¿ Por qué vas todos los días a visitarla si no habla ni te conoce? …Por amor, porque yo sí la conozco.
Conversación recogida por Jorge Varela para el valledeturon.net, Oviedo, junio de 2011
Estuvo quince años en casa enferma. Salíamos a dar largos paseos de casi diez kilómetros para combatir la aceleración de la enfermedad y cuando ya no pudo estar conmigo la metí en la mejor residencia de Oviedo donde la atienden a la perfección. ¡Menos mal que no tenemos problemas económicos!
Sentí mucha emoción al verla salir por la puerta, sabiendo que ya no volvería. Yo que me crié sin madre…hoy soy el padre y la madre, pero no me quejo. A veces me preguntan: ¿ Por qué vas todos los días a visitarla si no habla ni te conoce? …Por amor, porque yo sí la conozco.
Conversación recogida por Jorge Varela para el valledeturon.net, Oviedo, junio de 2011